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Salvador Ramírez Campos.
Una de las últimas travesuras del archicojo Diego Arria Salicetti, conocido en los bajísimos fondos como El Contraenchapado, frente a su amo, el fallecido delincuente y político Carlos A. Pérez, fue propiciarle a éste, en activísima gestión diplomática, los favores sexuales de una “cantaora” flamenca, rumbosa, “La Polaca”, para complacer el desordenado y atrabiliario sensualismo de “El Gocho” delincuente; incluso, el archicojo llegó a “casarse” sólo con el objetivo de suministrarle buena hembra en doméstico colchón al satirismo obsesivo del impúdico Pérez. De allí la desaforada reacción de “El Gocho”, confeso y preso, cuando Ramón J. Velásquez, defenestró al contraenchapado Diego, privándolo de sus canonjías diplomáticas, en las que actuó sólo como un empedernido macho de cabra. Las mismas diligencias cumplió, al decir de un familiar suyo, para Kofi Annan, ex-presidente de la Onu. Henry Miller, en su Trópico de Cáncer, crea un personaje que, entre otras cosas, “Tiene la dirección de todas las casas de putas de París, y los precios. Hasta de las que cobran diez francos saca una pequeña comisión.” Sin duda, Miller cultivó el arte de la profecía. No tuvo, sin embargo, el de la paradoja. ¿Quién puede pensar que alguien que predica la inmoralidad como soporte vital tenga la desfachatez de atentar contra la honestidad de los honestos? Sólo el archicojo Arria.
El archicojo, además del oficio referido, poseído, como todos los de su clase, por un incontenible impulso delictivo, practicó todo el abanico de delitos contra la propiedad. Para ello contó con la colaboración de políticos venezolanos como Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, quienes le dieron ubicaciones burocráticas propicias para la comisión de cualquier desafuero. Así pudo enriquecerse, estafando a la nación a través de negocios tortuosos que incluso lesionaron gravemente a los usuarios del transporte público: ¿quién no recuerda el negocio que hizo el archicojo Gobernador del Distrito Federal con los autobuses Ikarus y Leyland, increíbles chatarras que provocaron hasta la muerte de algunas personas? Hubo procesos judiciales a causa de tales propelías cuyos resultados desconozco; si sé de una objetiva consecuencia: el archicojo Arria se hizo rico. Este es el personaje que utilizan el Departamento de Estado y su vasalla consecuente, la Mud, para atizar instancias judiciales internacionales contra el presidente demócrata Hugo Chávez. Para ello, y darle credibilidad al archicojo delincuente, lo transforman en aspirante presidencial. Turbia maniobra del títere Aveledo y la señora Albañal, es decir, de algunos restos pútridos de A.D. y Copei.
Pero no se detienen allí las inconductas transgresoras del archicojo Arria. Su vocación de hiena rebasa todos los límites. Empequeñecido física y moralmente por su cojera decidió, como gobernador del Distrito Federal, inundar las aceras del casco central de unos porrones antiestéticos, elaborados con una mezcla de arena y cemento, en obra limpia, supuestos materos, sólo con la finalidad de provocar percances en los peatones. Quería multiplicar los cojos en la población caraqueña. Ello lo satisfacía. Además de aliviar el virus de su envidia, obtuvo jugoso lucro de los groseros porrones. Hay otras perversiones que, por asquerosas, no comento.
El uso indecoroso del archicojo como candidato en las primarias presidenciales que adelantan los oposicionistas, es una vil artimaña ordenada por el Departamento de Estado; la finalidad es investir al homúnculo con una posición que le de credibilidad y atenúe su estatura de proxeneta internacional. Es la única respuesta al anunciado e irreversible fracaso electoral.
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