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Javier Barrios D.
Mis contemporáneos recordarán los clásicos del viejo oeste, en los que los malos de la película siempre eran los pieles rojas, los cherokees, etc., y los buenos eran, por supuesto, el ejército, los vaqueros y las autoridades civiles yankees. En la vida real así fue, para muestra la expresión del general Phillip H. Sheridan (1831-1888), quien dijo que “el único indio bueno era el indio muerto” y el dicho que reza, “indio, paloma y gato, animal ingrato”. Y es que “hombre blanco siempre creer que indígenas ser raza inferior, condenada a nacer, vivir y morir peor que animales”, como dijo compañero boliviano cuando Papa santo anterior visitó ese país. Hasta el Dios que le impusieron los conquistadores y sus descendientes, se ha olvidado de ellos, muy distinto a los dioses que adoraban antes de semejante invasión. Pero la Iglesia, con tal de ganar adeptos, fue cómplice del exterminio de que fueron objeto, y no ha cambiado, pues el actual Papa recién ascendió al trono dijo (no es textual) que, cuando los conquistadores llegaron a la América, los indígenas estaban esperándolos deseosos de convertirse a la fe cristiana… ¡guao!
La inmensa riqueza de los indígenas del nuevo continente, de la que habían sido sus únicos dueños por milenios, fue saqueada por el invasor y su prole en menos de 300 años, para lo que fue necesario aniquilarlos casi por completo, nefasto plan que aún sigue en marcha. Pero sus riquezas parecen no agotarse y, sin embargo, viven en la más absoluta de las pobrezas. En efecto, de los 402 mil 791 indígenas en Panamá, casi todos (entre el 95% y el 98%) son pobres y el 87% vive en extrema pobreza, contra un 37% pobres y un 21% extremadamente pobres a nivel nacional; el analfabetismo oscila (según la etnia) entre 23% y 31%, frente a un 5.5% del promedio nacional; la mortalidad infantil en los ngäbe buglés es de 62.3 por cada mil nacidos vivos, contra un 14.7 a nivel nacional; la desnutrición afecta entre el 55% y el 72% de los niños indígenas (30% a nivel nacional); el 34% de las viviendas indígenas no tiene agua potable, el 60% no tiene electricidad y en el 38% de éstas disponen las excretas en el monte, contra 5.5%, 12% y 5.5% en esos mismos aspectos, respectivamente, a nivel nacional.
Las asimetrías, hasta peores, siguen y el panorama, palpado in situ, es más tétrico aún… ¡una vergüenza nacional! Aun así, abundan gente de bien, autoridades gubernamentales y lumpen que se atreven a decir que los indígenas son pobres porque quieren y en Panamá un ministro de Estado, cuando los sucesos de Bocas de Toro, los tildó de borrachos. A la reciente lucha de los indígenas se sumaron los ambientalistas, cuyas posiciones admiro y respeto, pero debo manifestarles que, si hace 250 años se hubiera asumido una actitud similar, la Revolución Industrial no hubiera visto la luz y aún “anduviéramos en panga” y no en avión ni en automóvil y tampoco el Canal de Panamá existiera, entre millones de inventos del hombre, aunque soy consciente de los efectos adversos que infinidad de éstos han tenido en el medio ambiente y que se requieren cambios.
Como hemos visto, prácticamente toda la población indígena todavía “anda en panga”, no porque así lo quiera, sino porque no le hemos permitido salir de ese estado prehistórico, por tanto, sería ilógico y un desperdicio que sus riquezas (cobre, oro, fuentes de energía eléctrica, etc.) se queden de santuario por siempre, amén (uno no puede abandonar a Dios por Dios). Deberán ser explotadas, no para beneficio exclusivo de los inversionistas privados ni para los preferidos del Gobierno, sino para el bien de ellos, sus legítimos dueños. Su rechazo a la minería y a las hidroeléctricas no puede ser definitiva, sino formar parte de una estrategia pensada, como en han sido sus planteamientos.
Ahora que su poder de negociación se ha visto robustecido (haciendo retroceder al Presidente en dos ocasiones), deberán plantearle, ok, ¿Ud. quiere explotar las riquezas nuestras?, entonces pague, ¿cómo?, preparando, con nuestra participación, un plan que adquiera fuerza legal, cuyos programas serían financiados con los réditos de tales actividades, con una meta, revertir en “n” años los indicadores arriba señalados, para empezar, equiparándolos al promedio nacional y, de una vez por todas, sáquenos de la miseria en que nos han mantenido por siglos. De lo contrario, ñagare a la minería y a las hidroeléctricas.
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