

En seis décadas, China dejó de ser un país pobre y se transformó en una potencia económica mundial.
Y en este proceso, el país aprendió a convivir con dos sistemas: en lo político, el de partido único de herencia comunista, en lo económico, el capitalismo desenfrenado.
Las reformas económicas –y un crecimiento de entre el 8 y el 12% anual- llevaron al gigante asiático a convertirse en el primer exportador a nivel global y a situar algunas de sus empresas entre las mayores multinacionales.
Pero una transformación de esta magnitud necesita ingentes cantidades de materias primas y una expansión agresiva en los mercados internacionales.
En este sentido, China se es ya uno de los principales inversores extranjeros –y exportadores- en América Latina y África.
Algunos analistas hablan del nacimiento del "nuevo imperialismo chino". Otros, "sólo" de poderío económico.
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